Por: Guido Gómez Mazara.
El componente fundacional del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) se insertó en la escena pública bajo el amparo y moral de su líder, Juan Bosch.
En esencia, y por largos años, sus dirigentes lograron convencer a la sociedad de que representaban el único estamento dentro del espectro partidario en capacidad de adecentar la gestión gubernamental.
De ahí la monopolización de todos los componentes asociados con la redención de la práctica política que, por la reiteración de su discurso impugnador del resto de los actores del sistema, estructuró su organización como el ámbito “exclusivo” de la gente honesta del país.
Lo cierto y electoralmente viable para pasar del discurso redentor al triunfo consistió en articular una alianza en el año 1996 en capacidad de colocarlos al frente de las tareas del Estado, y al mismo tiempo, flexibilizar su noción de lo estrictamente ético que, ante el deterioro de la salud y sin la presencia e influencia de su mentor y guía, creó las condiciones para una transformación de los parámetros básicos de un partido que se convenció de que la senda apta de preservación en el poder los obligaba al replanteamiento de la rigidez discursiva y “necedad” moral de su líder histórico.
Ahora bien, el abandono del viejo esquema produjo resultados favorables en el orden electoral que, convencieron a una altísima parte de su cúpula, de un pragmatismo salvaje en capacidad de abrir los apetitos y desde la nómina pública habilitar una cantidad de electores, siempre disponibles a preservar los salarios como garantía de votos cada cuatro años.
La generación del sacrificio de los años de los círculos de estudios, desde el poder, no pudo detener la transformación de un nuevo tipo de militantes que observaban con extrema normalidad las reglas corporativas en sus relaciones con las instituciones públicas, seduciendo al clásico club de ilusos, con retóricas modernizantes amparadas en artilugios para darle un tinte diferente a los privilegios de siempre.
Se hicieron expertos en licitaciones, las becas llegaban a los hijos de los funcionarios, todo el servicio exterior amparaba a familiares que recibían salarios sin asistir a sus respectivas demarcaciones, premiaron a decadentes aliados, sus comunicadores eran beneficiados con contratos en instituciones, aprendieron a jugar golf, conocen al dedillo las bondades del vino y no sentían vergüenza cuando su astronómico nivel de movilidad económico constituía motivo de vergüenza para sus amigos del barrio y de los años universitarios.
Inclusive, el estamento excepcional de dirección como su comité político, sufrió una regresión sin precedentes que sirve de retrato perfecto del desgarrador proceso de declive del PLD porque sus miembros iniciales fueron sustituidos por riferos, importadores de ajo, diestros rentistas, expertos en fullerías sindicales, receptores de fondos de compañías extranjeras y millonarios a golpe de peajes en la industria turística.
En el PLD no se dieron cuenta de la dosis de indignación que se generaba en la sociedad contra ellos, sus estilos y la inocultable opulencia. Por eso, su derrota llegó antes que los ciudadanos depositaran su voto por el candidato que representaban el cambio.
En términos reales, el 5 de julio la gente hizo catarsis, y optando por el candidato ganador, envió un mensaje de hastío ético de una organización que, con posterioridad al ajusticiamiento de Trujillo, logró de manera exitosa convencernos de que poseían un sentido de compromiso con las buenas maneras de ejercer la vida pública.
Antes de iniciarse los procesos contra exfuncionarios de la administración del PLD, la sanción social selló una parte importante de los imputados porque la inteligencia popular sabe correctamente blindarse ante las habilidades de conseguir las vías de protección jurídica de algunos políticos.
Lean la simbología de las cacerolas, las marchas y la toma de las plazas de jóvenes indignados. Ahora bien, creer olímpicamente que un fenómeno de impugnación ética es exclusivo del partido desplazado del poder constituye un acto de subestimación y desconocimiento de los cambios experimentados en la sociedad.
No es para los que se fueron, ya que los que están deben saber las consecuencias de lo que les espera, si toman el rumbo equivocado.
Antes de emitir sentencias definitivas, en el orden político, el PLD perdió la batalla ética.